viernes, 1 de julio de 2011

Invitación

Hermanos en Cristo:
Con gran emoción me dirijo a ustedes como mensajero de Pablo, “apóstol de Cristo Jesús por  voluntad del Padre”, siendo así la presentación  de él en sus cartas.
Los exhorto hacer una vida cristiana en el amor, como nos dice el apóstol en Rom.12, 9  y  perfeccionar el amor (1Cor. 13, 1), aunque llevemos en vasos de barro este  amor de Cristo que es nuestro tesoro (2Cor. 4, 1). Y hacernos hombres y mujeres parenéticos, inspirados por el Espíritu Santo que nos da nuestros carismas, enfrentando con ellos al hereje, al apostata, al cismático ¡SIN MIEDO! y no detenernos hasta decir: “Ya no soy yo el que vive, sino Cristo que vive en mi” (Gal. 2, 20), episcopiar siempre nuestro diario vivir y querer llegar al mayor conocimiento de la fe  como los presbíteros y al servicio como los  diáconos,  reconocer al Señor Jesús como el Señor vivo y glorioso (1Tes. 2, 14), para que al nombre de Dios se doble toda rodilla, en los cielos, en la tierra y entre los muertos (Fil. 2, 10).
Hermanos en Cristo:
Con gran emoción me dirijo a ustedes como mensajero de Pablo, “apóstol de Cristo Jesús por  voluntad del Padre”, siendo así la presentación  de él en sus cartas.
Los exhorto hacer una vida cristiana en el amor, como nos dice el apóstol en Rom.12, 9)  y  perfeccionar el amor (1Cor. 13, 1), aunque llevemos en vasos de barro este  amor de Cristo que es nuestro tesoro (2Cor. 4, 1). Y hacernos hombres y mujeres parenéticos, inspirados por el Espíritu Santo que nos da nuestros carismas, enfrentando con ellos al hereje, al apostata, al cismático ¡SIN MIEDO! y no detenernos hasta decir: “Ya no soy yo el que vive, sino Cristo que vive en mi” (Gal. 2, 20), episcopiar siempre nuestro diario vivir y querer llegar al mayor conocimiento de la fe  como los presbíteros y al servicio como los  diáconos,  reconocer al Señor Jesús como el Señor vivo y glorioso (1Tes. 2, 14), para que al nombre de Dios se doble toda rodilla, en los cielos, en la tierra y entre los muertos (Fil. 2, 10).
Así hermanos llevemos en nuestros corazones, el nacimiento del niño Jesús, para no olvidarnos que debemos también nacer en Jesús y hacernos como niños. Recibiendo el mensaje de Jesús que es el kerigma y revestirnos del hombre nuevo (Ef. 4, 17).
Nos dice el apóstol San Pablo: “El que no trabaje que no coma” (2Tes. 3, 10), vamos pues hermanos a trabajar para ganarnos el sustento y a la vez un lugar en la gloria de Dios, llevando una vida moral y doctrinal cada vez más perfecta. Hagamos un nuevo Jerusalén, con una doxología ardiente para Dios, con homilías, cartas y epístolas colmadas de fe, entusiasmo, testimonios y amor  de Dios  que desafíen nuestro tiempo, y quizá algún día los hombres y mujeres, cristianos, judíos o paganos  de un futuro, las lean y se enamoren de Jesús, así como el didache de las enseñanzas de los apóstoles o como el fragmento Muratoriano, y hacer un midrash de este tiempo resaltando nuestro lenguaje como en la antigüedad, el koine, el ático y el latín de la Vulgata.



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